Si hay fe en mi debo saber
que Dios con sumo cuidado
para mi bien ha ordenado
cuanto me habrá de acaecer.
Según esto, debo creer
que de Dios todo proviene,
y que si algún mal me viene,
lo he de mirar como bien,
pues viene de Dios que es quien
me lo envía, porque conviene.
Conozco que mis pasiones
no ven como bien el mal,
pues con horror natural
miran mis tribulaciones
pero estas disposiciones
no impiden mi libertad
porque si hay conformidad
en mí y abrazo un disgusto,
aunque no lo veo con gusto,
lo abrazo con voluntad.
De aquí saco la ganancia
de tener a Dios propicio
pues le ofrezco el sacrificio
de vencer mi repugnancia
si yo abrazo lo que a instancia
de mi amor propio no quiero,
y esto que no quiero, quiero
porque Dios lo quiere así,
venzo mi amor propio en mí,
y dejo a Dios placentero.
¿Qué gano con no abrazar
lo que Dios ya decretó
si aunque no lo quiere yo
Dios lo quiere y ha de obrar
yo nada puedo evitar
de lo que Dios quiere hacer
y así es necedad querer
lo que querer no debiera
pues quiera que no quiera
lo que Dios quiera ha de ser.
Si yo no quiero querer
lo que Dios quiere que quiera,
la alegría que tuviera
queriendo, no he de tener.
A esto sigue el perder.
La paz, el gozo y contento
y granjeando el tormento
de un continuo torcedor.
Hago mi pena mayor
y pierdo el merecimiento.
Cuando Dios me envía el pesar,
el trabajo y la desgracia
me envía con ellos su gracia
para saberlos llevar
si yo quiero cooperar
a esta gracia y merecer
abrazaré el padecer
que Dios quiere para mí
y en resignándome así
el mal me será placer.
Porque qué placer no encierra
saber, para mi consuelo
que Dios recibe en el cielo,
lo que yo paso en la tierra?
Esta fe es la que destierra
de mí toda turbación
pues me dice y con razón
que teniendo a Dios propicio
cuando hago un sacrificio
me prepara un galardón.
Si esto creo, me hará querer
cuanto Dios me quiera enviar
o sea el bien para gozar
o el mal para padecer.
Lo uno y lo otro debo ver
con indiferencia igual
porque si mi gozo es tal
si de Dios recibo el bien
¿Por qué no querré también
recibir de Dios el mal?
Si Dios me envía el mal por bien,
y no lo abrazo por tal
resisto el bien en el mal
y resisto a Dios también
luego no he de hacer desdén
al mal que por bien me cabe
pues dice Dios que a quien sabe
llevar el mal como debe
su carga le será leve
su yugo le será suave
También nos dice el Señor
venir los que andáis cargados
de pesares y cuidados,
de la pena y del dolor.
Venir a mí, que mi amor
vuestras penas templará
y en gozo convertirá
lo que padecéis por mí
luego si padezco así
su palabra cumplirá
Según esto, no tendré
para temer ya razón,
pues la paz del corazón
me la asegura la fe.
si esta hay en mí, abrazaré
con fortaleza el pesar,
consuelo hallaré en penar,
tranquilidad y quietud
y afianzado en la virtud
cualquier mal podré llevar.
Todo esto me determina
a hacer que mi voluntad
tenga fiel conformidad
con la voluntad divina
y así, pues la fe me inclina
a querer lo que Dios quiere
todo cuanto me viniere,
sea a favor o contra mía,
una vez que Dios lo envía
lo quiero, sea lo que fuere.
Tan fiel y unido ha de estar
mi querer con su querer,
que entre los dos no ha de haber
ni otro querer, ni otro obrar.
Por lo que si él quiere enviar
el pesar más duro y fiero,
ese pesar sólo quiero
y lo quiero de manera,
pues Dios quiere que lo quiera,
que al bien el pesar prefiero.
¿Qué importa que en mí el dolor
doble mis tribulaciones,
si sé que mis aflicciones
son para Dios lo mejor?
y si el obsequio mayor
que a Dios le puedo ofrecer
es contento padecer,
por cumplir su voluntad
¿Quién duda que su bondad
suave el dolor me ha de hacer?
Y así, Dios omnipotente
dulce bien y padre mío,
recibe con mi albedrío
mi voluntad penitente.
Si hasta aquí fui resistente
a tu cruz y a tu querer
ahora que lo llego a ver
al golpe de tanta luz.
Ni quiero ya más que cruz,
ni amo más que el padecer.
Y así que me envíes Señor,
trabajos para penar,
que me envíes cualquier pesar
con cuanto trae de dolor
o me oprimas con rigor
en toda penalidad:
Una vez que a tu bondad
ya se a unido mi albedrío
a todo diré: Dios mío,
que se haga tu voluntad.
- Del libro "Cómo encontrar la paz del corazón"
por P.Juan Rivas, L.C.
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